Todo
Nadie quiere
quedar atrapado como un pez
o llorar.
Hay cielo
suficiente para ver más allá.
Pero mi
corazón, recóndita sed,
llora lo
hueco y lo desmesurado
en su
canasto.
Todo lo que
no es río es miedo.
Miedo lo que
sobró de la cena,
soldados de
cáscara,
claveles a
destiempo,
miedo.
Lo que no es
alma es carozo,
y al mundo
sólo lo conciben los niños.
Lo que no es
luz es chatarra,
un
rastrojero lanzado al infinito.
Óxido en el
aire que no da de beber,
vaquitas de
San Antonio.
Lo que no es
inocencia es rencor,
un tango sin
autoría,
los
alfileres de la ginebra,
eso que ya
conocemos.
Una sonrisa
común,
una sonrisa
aquerenciada,
muy de cerca
así
sentí
que me
pedías
y no era lo suficiente.
He querido
He querido
hablarte de mis urgencias
de los
abusos de la tristeza
he querido
soltarme del revés de mi memoria soltarme
sin árboles
ni ciudad que hagan sombra
he querido
dar a comprender, dar a beber,
dar a
celebrar estos parques donde jugaba ayer
como un
diablo sin altura
He querido
decir:
Lo peor ya
pasó, lo peor ya sucedió
y ya creo
que pasaron años.
Desexilio I
Desexilio I
"Como una nube que pasa mis
ensueños se van, se van, no vuelven más"
Alfredo Le Pera
De México se me antoja un sabor tamarindo,
golosinas con chile, calaveras de azúcar y unos tangos híbridos que se dejaban
oír en el living de una preciosa casa en Cuernavaca que restauraron mi viejo y
mi abuelo, cuando este último vino de visita.
Junto a la casa, un baldío donde jugábamos de
chamacos a encontrar crías de alacranes bajo las piedras.
Alguna que otra vez cayó don Armando Tejada de
visita y, tal como recuerda mi vieja, fue Liliana Felipe quien nos alumbró con
sus canciones infantiles.
Estuvo, sin quedar en mi memoria, Alicia, quien
años más tarde, ya en Argentina, fue mi maestra de teatro.
Colgado de la pared, un dibujo de Guadalupe Posada
(una calavera con su botella de tequila) y una pequeña guitarra con la que yo
aturdía un "Cristo de Palacagüina".
Una terraza, una cocina con rejas por donde
asomábamos la risa con un vaso de horchata y se nos escapaba el aroma del mole
que seguía por una calle ancha, en bajada, y daba a un vivero oscuro. Era
infinito ese lugar, nunca atendía nadie.
Yo le afanaba las herramientas a mi abuelo, creo
que las enterraba. Y nos sacaban fotos junto a las niñas de pelo negro y
trenzado con cintas de colores para mirarlas ahora, ya de grande, en medio de
esta casa suburbana donde recibo mensajes de texto de Andrea con poemas de
Fijman y ensayo un papel para una película sobre una fuga en la ESMA.
Tomo
mate amargo, escucho al Tata Cedrón, fumo Viceroy, repaso mi primer libro de
poemas aún inédito.
Todos los fuegos el fuego, la pirotecnia mexicana
es un arte. Corrían con un toro de papel maché todo cubierto de
"cuetes".
Me perdí una tarde en Plaza Garibaldi y hasta los
mariachis me salieron a buscar. No lograban encontrarme, tal vez era divertido.
Héctor se llamaba mi mejor amigo. Héctor del
pueblo de Ocotepec.
Imitábamos a un tipo de la tele que hacía una
propaganda de jabón Ariel (jabón en polvo) y se tiraba a una quebrada.
¡Ariel lavando y yo en la quebrada! -gritábamos como
él, y nos tirábamos en calzoncillos a un gran piletón, donde las viejas
fregaban.
Ahora el único Ariel que conozco es un flaco del
sur que estuvo preso, le pega a las minas y cada tanto se estrella con la moto
sobre un capot.
No sé si hemos dado en el clavo, diría Urondo.
Ya conocí el Caribe, el Golden Gate Bridge, la
miseria de Miami Beach, el faro del Balneario "El Cóndor", la
tristura de una mujer, el rechazo de una mujer, la muerte de un amigo, los
intentos de muerte de otro amigo, el furgón del tren a Morón, el fulgor de la
selva misionera, el hotel malandra, el sacrificio en la cosecha de cebolla, la
brucelosis en el Ecuador.
Dice el Mochi Leite que soy patagónico, que la Patagonia se extiende
desde California hasta Lapataia.
¿Será?
Canto desafinado, aprendí a bailar el tango y a
tomar tequila y a mentir y a desmentir, cuando me preguntan de dónde soy.
Me voy y vuelvo y me voy,
como en un ensueño.
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