Árbol
salvado del patio de la infancia
de la
sierra y del ruido al vaciado del mundo
tocado por
el rayo entre todos los otros
viene hasta
mí sin romperse
de la vasta
noche de todas las cosas
se va al
cielo, se va
por las
ramas
El bosque como algo que no sé, que desconozco. La liebre
impredecible, su papel de alarma. Saltó de la mata, rayando el dolor, como un
relámpago chiquito en el lugar del miedo.
no me dijiste nada
de la alegría
como si el premio y el castigo
de seguir respirando fuera
ser el testigo impasible de un tsunami
o del misterio de una flor que se inclina
ante la luz porque no ha nacido
para hacer otra cosa
Otra vez dejarse caer de bar en bar, mientras la luna me
acompañe por el camino de ida, por el camino de vuelta. Otra ronda para volcarle su traguito a la
tierra, silencio todos, silencio: brindo por el llanto de los primeros
telépatas.
Me puse en
el lugar del fuego, y sí, iría hasta el fondo, treparía el filo de la astilla
hasta encontrarte. No te extrañe que abra puertas, huesos y planetas, que
anuncie y que recuerde en cada cosa a la ceniza. Más se ha servido de mí el pan
que el asesino, más le habré dolido al bosque.
He dado por
igual luz y peligro a las palabras
creía que
mi voz era el atajo
que te
traía de vuelta desde la noche oscura
los hilos
que te ataban a este mundo
pulsados
por el canto silencioso
–no supe si
tal vez los escucharas–
fue la
continuidad tarea menos ardua
que excavar
un pasadizo donde no
se te
cerrara el mundo
ahora que
he encontrado
el sitio
sutilísimo
donde
compartir con vos esas canciones
los libros
los paisajes
que siguen
sucediendo cada vez
que el
tiempo que me toca se distancia
comprendo
que la herida se ha cerrado
y en su
lugar de vos me queda
esta
sonrisa de cómplices por dentro
con su
pequeño resplandor indestructible
De Fondo blanco, el andamio, San Juan, 2017.
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