viernes, 31 de agosto de 2012

Antonia Taleti



Son pequeños los pies
que entraron en el río tanteando
el riesgo de su fondo oscuro.
La mano suave, segura
sostuvo el cuerpecito y
le enseñó a apoyar confiada la cabeza
respirar sereno
los brazos extendidos
los ojos cerrados
el cuerpo entregado a otra voluntad
mientras el sol lo cubre.
No mirarlo
sentir el calor, las manos
el rítmico juego.

Reconozco esta calle de sombras,
baja al río.




Curiosidad

Observamos la hilera zigzagueante
fila doble de vaivén
la búsqueda el roce leve, el acarreo.
Con cucharas acechamos
hasta descubrir el hueco,
y removimos en el centro
excitados ante el terror ajeno.
La desesperación inventó caminos
sin órdenes ni rangos
en el intento vano de proteger las crías.
Hemos destruido un reino.



De Río de paso, 2007. 



domingo, 19 de agosto de 2012

Notas a "cadencias", por Marta Ortiz


Agradezco acá la lectura que Marta Ortiz hizo de cadencias:

"La imagen de tapa es una escalera que baja (o sube) a puro vértigo un piso y otro y otro, como también la lectura de los poemas lleva a subir (o bajar) los umbrales temáticos que propone cadencias, poemas que en pocas páginas condensan el intenso recorrido de una vida".  

Pueden leer las notas completas en su blog Vuelo de noche.







domingo, 5 de agosto de 2012

Selva Dipasquale



Viajamos con Oropélida a Morteletes, ciudad a la que nunca debiéramos haber venido. Las barrancas atesoran unos hoyos profundos y delgados. Desde acá arriba diviso una ciénaga. Oropélida salta velozmente de una hondonada a otra como un animal joven. Se ríe. Y desde adentro de algún foso me dice: Quiero ser la madre-topo, quiero ser la madre-topo. Le digo: Salí de ahí, mamá-Oropélida. Se ríe. Desentierra la mitad de la cabeza de un hoyo, los ojos inmensos, se vuelve a esconder.
Me pregunto seriamente por qué habrá tomado esa actitud. Miro la ciénaga... el ventarrón me apalea y provoca una honda desolación. Bajo a caminar por la playa. El lodo me espanta. Un hombre rubio, de unos ojos celestes diabólicos, me alza en sus brazos. No dice nada. Y yo tampoco. Tiene el pelo descuidado y la cara poceada. Trota dentro de la ciénaga sin ninguna dificultad. Vamos y venimos. A pesar de esta corrida enloquecedora logro fijar la vista, allá en lo alto, en las barrancas.
Ella no sólo se mete en los baches naturales sino que los cava. Sale y entra erecta. Y se ramifica de color verde.






Una madrugada, mientras transitábamos una ruta cordobesa, Pupé y oropélida convocaron a un gran genio mono.
El genio era piadoso y se entretenía con nosotros. Blandía torpemente en el aire, con sus zarpas enmarañadas, el cochecito en el que íbamos.
Concedía
todo lo que le era pedido.
Aunque Pupé estaba realmente asustado, como es muy respetuoso, no decía nada y se le caían los párpados cuando el genio lo escudriñaba. En cambio oropélida no paraba de mendigar incluso en otros idiomas. Se había puesto un bonete y sus extremidades se enredaron con sus propias palabras, transfigurándose en una araña verde letal
pero graciosa.
Así proseguimos durante días en ese vaivén y yo no hacía más que vomitar.
Gracias al genio conseguimos disfrutar de un Citröen azul, uno rojo y uno amarillo.
Hasta que un día comenzó a llover y Oropélida a requerir en sueños, debajo de su baba transparente, autos y más autos.
El genio, que era alérgico y sensible, se deprimió y como ya no podía comprometerse salió galopando bajo la lluvia y en un arroyuelo cordobés se suicidó.




[...]



Allá están otra vez.
Los encuentro ahora en el Jardín de las Delicias.
Los ombligos de los tres están bien predispuestos para el relato.
El humo no es el de la vieja máquina fotográfica sino la huella de las bolas ardientes que como fardos pasaron al amanecer.
Muy temprano Pupé anheló que pisoteara la escarcha junto con él mientras su corazón caía levemente al pasto astillado como las ocho patas de una araña recién aplastada.
Pero no fue así.
No.
Ahora soy para Pupé y Oropélida un fantasma, una brisa que les rememora y los encuentra en esa mueca propia, incomprensible.
Soy fardo, bola ardiente, espejo y apagón.



De La disipación, Recovecos, 2012.