El manquito
I
Cada luna que le
tocó vivir,
cada luna que le
inauguró las noches,
lo trae por las
plazas
con su andar de
ciego.
Palpa sombras de
las que es parte,
se arremanga
el cobijo,
cobrizo,
de la cara hecha
para la intemperie.
Un tren le cortó
la mano
cuando no sabía
ni contar,
ni
vender
el cepillo que
pone horizonte
a los parabrisas de los coches.
El padre lo
cambió por un atado de puchos.
Y de su madre
recuerda
(una baba que se saca afuera
como una plegaria),
la mujer que le regaló
el apodo de “manquito”.
Se atreve a
correr los trenes
andariveles de paz
que resabia la locura,
pisando el borde
de las vías
para callarlos,
para tapar con sus gritos
la velocidad de
la mano izquierda.
Una vez robó un
tazón de leche
para la piba que
tiene entre las cejas.
La cuida en la
charla.
Sabés, dice,
hoy el mundo
anda para atrás,
nadie disfruta
la orilla de las cosas.
Sabés, dice,
nadie tiene
ganas de cambiar
un secreto por
un árbol,
un cajón por un
silencio,
un día de sol
por una figurita.
Sabés, dice.
Y la piba toma
el tazón de leche.
Como si en la
loza
se hubiera
calentado la luna.
II
¿Quién recuerda
ese tren,
(mezcla destartalada de argentinidad mendiga
y demora),
que se llevó el
gesto del miedo
en sus ruedas?
Un ciclón de
amor
bastó para
descolar el soponcio,
la captura del
mordisco
pellizco
de chapa,
que arranca, de
un golpe,
el brazo, la
pena, el laburo,
la consonancia y
la urgencia.
Todo por sacar
de entre los rieles,
Maradona repetido,
traviesa,
atraviesa
la zanja hecha
jardinero
en el
estruendo de las voces
que no ven ese
bulto de trapos
(a trapado)
en el tumulto.
¿Quién recuerda
la mano que quedó
los dedos
ciñéndose al sueño
de ganar la
partida
con la figurita,
que nadie tenía
para alardear,
después,
ni bien ladea el
sol
su tripero rojo
y el rancherío se
pone íntimo
de confesión,
(olor a humo
y cortadera)
en el fondo de
la aguada?
¿Quién recuerda
cuando de un
solo pechazo
la inocencia se
vuelve hombría
sin un susurro?
III
La piba no tiene
más que hambre en las pupilas.
Se puso una
pollerita corta
y dice que es
grande,
que por eso
labura.
Pero el arroz
larga humo en la olla.
Y Elvia trajina
asma de hijos muertos
mientras revuelve.
No te convido,
dice
abriendo las
ventanas para llenar el barrio
de puerro,
de ajo,
de caldo con
huesos.
-No te convido.
Y la piba estira
la ropa
más abajo
le hace frío
y el manquito no
está
que siempre
humedece la
amistad
con frutas
robadas del mercado,
con bollos de
pan que cambia en la estación.
Con un beso
nunca,
porque no son
novios.
La Elvia revuelve,
el tintineo
contra la chapa
que el viento
dice,
como si dijera:
-No te convido.
Y cuando está
por terminar
el reparto de
platos,
un auto para en
la esquina
Y la piba se
pone linda.
(De
nuevo).
Un poema valiente, maduro, singular en su ritmo y en sus imágenes, que pintan -sin dejar de lado la belleza del bien decir literario- una realidad dolorosa, muy dolorosa.
ResponderEliminarPILAR ROMANO