jueves, 6 de agosto de 2015

Jorge Aulicino






























Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí



Ahora, las cosas que no son fundamentales para mí
forman una difusa legión, como ciertas veces las sombras en el día.
Son, entonces, las cosas realmente importantes y casi siempre inaccesibles.
Ahora, llueve sobre el río: no hay nada más inútil que esta lluvia sobre el agua.
Tal vez nada más fascinante, por otro lado.

Papá se achicó con los años. Aunque no podía contener su ira natural
y tampoco descuidaba su pelo ni su cara, hablaba a veces en italiano
y se mostraba atento a muchas cosas que para él antes no eran nada.








Así como los merovingios decayeron y degeneraron


Así como los merovingios decayeron y degeneraron
en bebedores, idiotas de ambición, menores,
así la tarde ha pasado de un raro castaño general
a un gris vidrioso y caliente atravesado por insectos
que dan vueltas alrededor de dos luces ahí no más, en un balcón
cuyos bordes están herrumbrados, y recién me doy cuenta




(inéditos, vía Estación Finlandia)










Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego prodigioso


Pongamos que oyeras todos los sonidos como un ciego prodigioso,
como Daredevil, como un superhéroe: no serían las voces sino
del dolor, de la ambición, de la villanía, del crimen, de los despachos
y de los galpones, de las construcciones y los entierros:
no serían las voces ni los sonidos –taladros, sirenas, disparos– de una
civilización que se extingue.

Te basta con las voces y los sonidos del pasillo. Son los mismos.
El don sería oír el deslizarse de una lagartija en tu cuarto.
Podrías decir entonces que oís el corazón del universo,
su din-don, su campana, su mecanismo racional o carnívoro.
Todo lo que sube en cambio al cielo es la obra, la marcha
de aquello que se creó, la dulce sinfonía en un vacío
donde no ululan los vientos ni cazan los murciélagos.


(inédito, vía El mundo incompleto)
























 

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