Eran unos
cangrejos sobre fondo verde veronés.
Un cuadro
raro de Vincent que a falta de mejores modelos
usó lo que
tenía a mano.
En esa época
se mudó a un tallercito blanco
en Arlés.
“Te parecerá
gracioso que el retrete se encuentre en casa
del vecino”,
escribió a su hermano Theo. También le contó que colgaría
algunas
estampas japonesas en la pared.
Quizás la
chica sentada a mi lado sea japonesa.
Tiene el
vientre muy abultado y una campera plateada.
Al lado está
su madre, que le acaricia la panza un instante
y vuelve a
sus cosas, a la guía del museo que lleva entre manos.
Alguien me
dijo que las mujeres se vuelven un poco locas
cuando se
convierten en madres.
Vincent
también se volvió loco, de amor, de tristeza,
de aguda
fantasía y desasosiego.
Todos
podemos volvernos locos alguna vez.
No estamos a
salvo, como esos cangrejos
que ya son
arena o piedra calcinada.
Escribo
estas cosas en medio de una mañana
color trigo,
tan quieta que casi puedo tocarla
como un
vientre grávido que respira profundo.
Vuelvo a
respirar después de varios días a la sombra.
Ahí están
tus zapatos negros
para
recordarme que viajamos juntos
que eso no
pasó hace tanto.
Ya está bien
con esto de caminar hacia atrás.
Miro tus
zapatos, pienso que volverás en unos días
y que esta vez
no me dará miedo
el silencio
de la noche
ni las
distancias
ni mi propia
sombra.
Tampoco el
pasado.
Los cuadros
tienen adentro otros cuadros
yo no tengo
chicos adentro mío
pero sí una
tristeza antigua
que ya se
va, envuelta en su capa verde,
a morirse a
orillas del mar.
Tus pasos
suben por la escalera.
Tu corazón
late con un ritmo apaciguado
debajo del abrigo
cubierto de gotas,
como la capa
de un guerrero.
Me contás
que fuiste al supermercado
en medio de
la tormenta
porque la
heladera quedó vacía por semanas.
Pienso que las
guerras también son domésticas.
Al borde de
la escalera,
mi corazón
brilla como la chispa de una bomba.
Mis pasos
para llegar hasta acá fueron explosiones en el suelo
que el
silencio aplaca.
Cuando te
veo, ya no hay enojo y no me importa saber
qué dirá
cada uno sobre lo que pasó
cuántas
razones, cuántos miedos, cuántas heridas antiguas
se apilarán,
escalón a escalón,
porque ahora
estás aquí, con tus bolsas de plástico,
tu sonrisa
cauta.
Sólo quiero encender
tu corazón otra vez
Sé que late con
temor, con esperanza,
por mí, por
los dos, por lo que queda.
Aquí, mi
corazón de fuego.
Aquí, las
armas que ya no necesito.
Aquí, a tus
pies
bajo la lluvia
incesante, a pesar de la lluvia.
(inéditos)
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