aquí
jugamos todo el
tiempo a ser letales
Eugenia Segura
Salvaje
Cansado
de esperar la señal previa a la tormenta,
empieza
la carnicería del caníbal contra sí mismo.
Con una
mordida de miedo,
manotazo
ahogado en medio de la noche,
arremete
sobre su carne,
reduce
uno a uno sus huesos.
Como un
signo ilegible
devasta
su desnudez
y
tiembla
al mismo
tiempo que el incendio
se
apaga.
Sepia
Tengo un
miedo ancestral hacia las sogas.
Desde
hace mucho me persigue el temor por las cosas que atan,
tal vez
porque nunca entendí lo que me mantuvo sujeta al abandono,
al igual
que la hamaca de una plaza
inmóvil
en la brevedad del minuto,
en el
hábito de anochecer.
Las
plazas en la oscuridad pueden ser muy siniestras.
El pasto
pisado intenta una resurrección que no concluye,
el
subibaja se adhiere al piso con la insistencia de una ventosa,
la
calesita quieta,
el perro
dormido bajo el pasamanos.
Todo
puede ser albergue para el desatino,
incluso
en un lugar sin paredes.
El
tiempo ensaya una geografía distinta para cada historia,
una
escala arbitraria donde se encarnan los traumas,
ademanes
y herencias.
El
terror busca la salida en un fondo que no conoce.
La
violencia de las fobias tiene ese tono
de las
fotos viejas.
De Cartografía, Ediciones en Danza, 2015.
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