jueves, 6 de noviembre de 2014

Patricio Foglia








LOUIS WAIN




Estoy en el hospicio de Bethlem
el más prestigioso del reino
por obra y gracia de su Majestad
rodeado de jardines y gatos.
Los gatos, como todo el mundo sabe,
son la compañía extraordinaria:
con el pulso justo de la distancia, saben
cuándo deben acercarse
y provocar una caricia
y cuándo es mejor permanecer a resguardo.
Emily, si me lo preguntases, te diría
que son la cima del mundo civilizado
incluso por delante de maestros y médicos
porque en ellos suelen habitar
la perfidia y la confusión, lo sé,
como en casi todo el género humano.
En fin, te extraño… todavía me acuerdo del modo
en que nuestras miradas pasaron
de la severidad al amor verdadero,
al cuidado mutuo, en casa, aislados
más allá de la mirada de mi madre.
El otro día encontré
en la puerta de mi cuarto
un papel que decía: “figuras abstractas
patrones incomprensibles
el paciente LW desarrolla
un trazo errático y obsesivo:
potencial esquizofrenia”. No me quejo,
pero decidí guardar el análisis
que el doctor Rubens hace de mi trabajo
en el cajón con llave de mi escritorio de madera
y sigo adelante Emily, no los escucho
hablo solamente con gatos
hablo solamente a través de mis gatos
porque en cada uno de ellos habita
la primera vez que nos vimos
la última vez que nos vimos
la puerta del retorno y su llave
la energía de Shiva, en su paso por el Ganges
la posibilidad del principio y el fin en una sola línea.





Louis Wain (Londres 1860 - 1939): Dibujante. Artista plástico inglés conocido por su obsesión
por los gatos, cada vez más intensa a lo largo de su obra. Casado con su institutriz,
dejan juntos la casa de su madre y sus hermanas. Al poco tiempo, su esposa enferma
gravemente y muere. Perdido en la miseria y la locura, es enviado al hospicio de Bethlem,
el mejor psiquiátrico del momento, gracias a la intervención del propio rey y del escritor
H.G. Wells, quien escribió: “Los gatos ingleses que no se parecen ni viven como los de
Louis Wain sienten vergüenza de sí mismos”.












 José

Al principio, no hubo para mí ninguna buena nueva.
Yo estaba en el taller, preocupado por mi trabajo.
Cuando llegó, supe que algo había cambiado.
Dudé. Sentí miedo. Pensé en los vecinos:
Ahí va José, el carpintero,
su esposa espera un hijo que no es de nadie.
Sigo sin entender que pasó
pero tampoco me importa: mi Señor es justo y misterioso.
Soy un hombre sencillo, prefiero no hacer demasiadas preguntas.
Confío en mi corazón, y también en mi esposa.
Y si tengo dudas,
sigo trabajando, golpeo fuerte, sin decir nada,
atento a mi trabajo con la madera.






De Lugano 1 y 2, Viajero insomne, 2014.






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