En
espacios reducidos es propicio menguar, como la luna y las mareas: la
dirección del movimiento obedece a la necesidad. Es favorable decrecer
con rectitud, orientados por el mapa nocturno que dibujan las tablas de
planchar, cuando doblan sus hojas y culminan, firmes, en una reverencia.
Los
biombos se someten al dictado de los tiempos y ceden, dóciles, las
teclas de sus abanicos. Una escalera devora su propio caracol, peldaño
por peldaño.
Algunos pensamientos ensobran sus intimidades y se
apilan, al igual que las sábanas, en prolijos acordeones. Las mentes más
realistas se ajustan tanto al pan pan y al vino vino, que después se
desparraman en otras dimensiones, como la gente que vive apiñada en una
pieza y sueña con la amplitud del paraíso.
En
las noches de tormenta, la mayor de las tres chicas escucha el dream
dream del viento contra las puertas dormidas. Y ese rasguido desafinado
suelta las cuerdas de lana de su afiebrada voz.
Por la rendija de
los labios, dream dream, como diciendo sólo su respiración, con la
dicción distraída de algún sentido delirio, habla el sueño de la chica:
Cordaje, cordura: yo quiero cantar/ segura, la canción de la belleza/
universal. La canción de cada cosa/ en su lugar. Pero me falta destreza/
me dicen que escribo mal: maldita/ soy mal escrita, malentiendo y/
desaprendo aunque ponga voluntad.
En las noches de tormenta, el
rasgado corazón desgrana su sin sentido. Drean, dream: es sólo el rumor
del viento contra las puertas dormidas, la copla del sentimiento que se
esfuma en la vigilia.
De La familia china, 3a ed., Hilos, 2011.
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