miércoles, 12 de diciembre de 2012

Patricio Torne





El campo

 
                                                    Para Walter Álamo


Acaso la limpieza de ese terreno para volverlo fértil,
no sea otra cosa que seguir los dictados
de quien dejara como herencia lo que tuvo.
Quien repartió a sus vástagos para que sepan
cuánto vale la dignidad de estar de píe.
Allí donde los habitantes saben lo que cuesta
el agua y todo lo que de ella depende,
donde la jarilla echa raíces
y no se resigna a ser desterrada,
y pelea,
muchas veces derrotando al oponente.
Allí mismo tu batalla nerviosa,
naciendo de a poquito,
cada día, cada tarde.
El campo como un río
en cuyos remolinos te sumerges para descubrir
que más que nadar lo habitas en todo su cauce,
hasta ser corriente,
flujo desbordado en la cascada
para humedecer la aridez y dominarla.
Hacer que la semilla ya no sea canto que rueda.
El campo como un animal
que ha de ser domesticado poniendo a prueba
tu entereza y todo lo que apuestas.
El campo igual que una isla
donde crecerán los álamos, los sauces,
el limón paraguayo y los mandarinos,
la gramilla, el cedrón y los rosales.

El pequeño inmenso Edén
donde habrás de echarte a descansar,
mirando satisfecho
las líneas fugaces en el cielo
desde donde vienen las palabras de tu padre.





Oír al otro


Casi de modo aleatorio,
encontré la forma de oír tu voz.
Si tu destino fuese
el lado opuesto al que habito
en el planeta, tengo el modo
para que tu voz llegue
y me alimente,
antes de que se pierda en el desierto
y los vastos arenales,
hago que me llegue y alimente.

Cada quien,
como pueda, oirá la voz
que le es precisa.
Cada quien, como pudo, encontró
el modo de oír al que ama.
Ya no es silenciosa la noche,
ahora es un parlante
diciendo bellas canciones.








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