lunes, 20 de febrero de 2012

Gerardo Lewin: tres poemas fúnebres


¿Qué desean los muertos?


¿Qué desean los muertos?
No nos avergoncemos de las viejas preguntas.
Ésta es la mesa,
tómame de la mano,
interroguemos cruelmente a los fantasmas,
echemos a rodar vastas operaciones
de inteligencia espiritual,
interpelemos a las discretas sombras,
al ectoplasma renuente:
arrojémonos a un pozo profundo.

¿Qué desean los muertos?
La tierra no consigue retenerlos.
Sus deseos se esparcen en el aire nocturno
para ser percibidos como un perfume tenue,
impregnan nuestro pan, las herramientas diarias,
nos llaman desde lugares altos con voluntades rotas
y así, pensamos que los muertos aún desean
las caricias perdidas de la vida,
el roce tierno de la piel del hijo,
la súbita tristeza que sucede al amor,
el ansia por tocar las nubes.

¿Qué desean los muertos?
Estuvieron aquí pero se han ido.
¿Qué desean, ahora, los muertos?
¿De qué nos serviría si supiéramos?
Vamos a levantar llantos o monumentos,
buscaremos perdón, venganza, olvido
en ocultos parajes, en congresos terribles,
les llevaremos flores, compondremos poemas.

¿Qué desean los muertos?
Tienen, en el final, simplicidad.
Sumersos en la nada, nada quieren
y en esta nada nos excluyen
en lo que constituye su exclusivo deseo:
que vivamos. Más y larga vida para todos nosotros.

Los muertos no buscan nuestra compañía.
Quedémonos aquí, respiremos el aire, despertemos.

Seamos como una melodía que va de boca en boca
sin que nadie conozca su final
o su origen: el niño del futuro que pregunta
quiénes fueron, qué nombres ostentaron
ahora y en las horas todas de sus deseantes vidas.




Un adiós a Plumita


Muerta, ya en el metal,
diremos ¿qué?

Oh perra yaciente en formalina,
sino que tus ojos derretidos
sino que tu laxa lengua en fauces
sino la pudrición oculta
y el olor que se impone:
frontera, más allá.

Hemos llorado y vuelves, buena amiga,
como una niebla que duerme en las baldosas.

Cae la tarde. Lo intenso
se diluye. Una mudez senil
trajiste con tu muerte.

Creíamos. Ya no.




Ya está

se fosse amico il re de l'universo,/ noi pregheremmo lui de la tua pace
Dante, Inferno, V


Lo que quedó en la página
te invoca.

El rey -tarde supimos- ahora yace.
No está desnudo: lo arroparon
con las rasgadas vestiduras de la tierra.

Graves, a manotazos,
intentamos dar razones
acerca de la materialidad del alma.
No lograremos conjurar una sintaxis
que sepa regresarte.

Destellos de tu sombra cierran
la complexión del mundo.
Eras más simple. Más alto.
El exceso de vida te llevó.

Depuesto ya todo control,
el viento nos inunda
y todo vuelve, en suma, a ser arena.
Tachados o disueltos,
desgarrados entre lo que es
y lo que pudo ser.

Los reyes -nos dirías- son
los más mortales de los hombres.


A José Luis Bochi Re,
In Memoriam



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