Regreso de allá como si una pareja
me hubiera elegido entre cientos de niños
para llevarme consigo y dejar atrás
ese suelo incauto donde se cultiva
una especie extraña de flores: ramitas
que se enredan para pasar la noche.
En ese jardín se entierran corazones
de los niños, así lo más sagrado
aprende a vivir en la tierra. Y un día
alguien les pone ropa, les da una lengua
y van olvidando cómo atravesar
las sequías, las tormentas. Y lo curioso es que aún viven
a la vera de un peligro:
que el viento los toque y los desarme
porque están hechos de barro.
Soy a la vez huérfana
e hija de todas las cosas,
con las que mantengo una relación de espera
porque mis actos están destinados
a darme la paciencia que me lleve
a un intenso y quieto fruto
que se desprende.
De Una tierra, Curandera, 2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario